Mi familia era toda de inmigrantes portugueses, en particular mi familia paterna. Empezaron llegando a la Argentina en la decada del 30, pero la ultima ola, llegaron por patota entre 1950 a 1956, ya que en su país en aquel momento no tenían luz donde vivían, trabajaban haciendo trabajos de granja, o en grandes cosechas de alcornoque -los borrachos saben que de ahí se extrae el cocho-, y solo sobrevivían en base a las aceitunas (como fruto, sin aceite como las venden aqui). Tenían una burra para transportar sus cosas, y, criaban gallinas para comercializar los huevos. No los comían, a no ser que alguno fingía sentirse mal (y yo conozco uno). Y no se quieran imaginar como comprobaban si la gallina iba a tener huevos, ya que seria muy engorroso de contar (aunque sin duda no deja de ser muy chistoso)
Entre mitad de los años 60 hasta 1974, todos los años visitaban el Tigre, su lugar en el mundo, porque cabe aclarar, no les daba el presupuesto para otra cosa. Entonces iban, sacaban fotos del "cuadro de honor" (igual que muchos hacen hoy para facebook o instagram), como no tenían mucho dinero que digamos como para el traje de baño, las fotos certifican que se sacaban fotos en auténticos "Eyelit" de la época. Por lo menos si hoy suben algo asi a las redes pondrían me gusta, o me divierte, y no faltarían los comentarios de los más ocurrentes. Pero a esas visitas al Delta debemos destacar que iban padres, madres, abuelos, hermanos, tíos, primos, novias, algún amigo íntimo, pero nadie se separaba de nadie, y lo que hacía uno, lo debían hacer todos, "ya que para eso era una familia". Y aquel que no seguía ese extraño ritual, era defenestrado en las reuniones familiares por años. Sin embargo, esas visitas rituales se cortaron en 1974, cuando ocurrió la catástrofe. Mis ojos registraron ese momento, cuando una tía caía al río, y no tuvo mejor ocurrencia que agarrarse de su cuñadita, muy joven y flaquita, y se cayeron payasescamente al agua. Lo cual resultó una mala experiencia para todos, aunque no pasó más que el chapuzón, nadie sabía nadar, y juraron nunca más volver. Se de buena fuente que alguno volvió pero por separado. Yo volví en 2019, cuarenta y cinco años más tarde. Y aún pienso volver unas cuantas veces más.
Llegamos al año 1978. Mi viejo tenía un cargo ejecutivo en una metalúrgica justo enfrente del Hospital Estévez. Logró el sueño americano de tener un coche. El año anterior la empresa le asignó un Fiat 600, que como nunca llegó a mi casa -porque estaba fundido-, le asignaron otro de la misma marca en la misma semana. Modelo 65, ya tenía las puertas hacia atras, ya que los modelos anteriores las puertas abrian hacía adelante. Pero ese auto lo tuvo pocos meses ya que luego llegaría a casa un Peugeot 404, modelo 1967, importado de Francia (un auto que primero se importó de Europa, luego pasó por diversas automotrices que lo fabricaron en el país, con algunas variantes, como palanca al piso o al volante, techo corredizo o techo completo, y hasta la versión diesel, hasta su discontinuación en los albores de los ochenta. Entonces consideró que ya estabamos listos para la aventura, y proyectó unas vacaciones "en el mar".
Para ello alquiló un departamento en un edificio ubicado en la Avenida III, esquina Calle 13, a tres cuadras de la costa en San Clemente del Tuyú. Pero fiel a sus enseñanzas del clan, no podía ir con sus hijos y su esposa solamente. Se tuvo que cargar a su madre, su hermana y su abuelo. Los demás, no pudieron ir (por suerte). Para eso, un dia antes del viaje, fueron a buscar a la parentela a la estación de Marmol, en el tren que venía de Haedo (y que hoy es solo un recuerdo), se venían a dormir en casa, y luego saldríamos muy temprano a la vieja Ruta 2, en esa aventura que seguro, iba a reparar aquel duro momento vivido en el Tigre, evento del que nadie se acordaba, salvo yo, por supuesto.
Siete personas dentro de un 404, la suerte es como tenía palanca de cambios al volante, el asiento delantero era doble, entonces iban tres personas adelante, y el resto atrás. Había cinturones de seguridad adelante, que nadie usaba. Las balizas reglamentarias eran a Kerosene (tiempo más tarde llegaron los triangulitos fosforenscentes), y antes de salir mi viejo compró cubiertas "recauchutadas", asi le decían a las cubiertas "dibujadas", y también le hizo alineación y balanceo al viejo auto. El auto tenía escape libre, por lo cual hacía rugir el motor, características de los primeros modelos de esa marca, y mi bisabuelo, desde el asiento trasero, se iba incorporando cada vez que observaba el velocímetro superar los 100 kilómetros. Aunque después de varios años de vacaciones, se fue acostumbrando. O resignando.
El equipaje de esas vacaciones era todo un tema. Mi abuela y mi bisabuelo llevaron tremendas valijas, como si fueran a la guerra y no de vacaciones. No se si todo llegó a entrar en el baúl, ya que tambien había otras personas que iban en ese viaje. Y sobre el portaequipajes iba la caña de pescar (que mi viejo compró con mucha devoción, pero que jamás pudo ver un pescado ni en fotos, y la sombrilla, que comparada con las de ahora, era un tremendo mamotreto. Y seis horas más tarde llegamos a la costa.
La estadía en San Clemente era de 15 días. En aquel momento era un lugar con pocos asfaltos, pero muchos calles de arena, los que hacía placentero el andar, ya que si llovía el agua escurria casi al instante. Lo malo como digo, es ir con semejante patota, que aprovecharán tus errores para escrachártelos por varias décadas. Pero a pesar de todo, algunas cosas que pasaron no dejaron de ser graciosas.
Todo comienza en esas caminatas las tres cuadras hasta llegar "al mar". Lonas, la sombrilla, el Sapolán Ferrini, que te ponían para no quemarte del sol y con el viento de la playa te llenaba el cuerpo de arena, conviertiéndote en una milanesa humana. Luego de la ducha, descubrias como bajo esa extraña mezcla tu piel se caía a pedazos y te llagabas. Pero no había que dejar de ir a la playa porque iban todos! Quiénes todos? El clan, por supuesto. Pero no era el único perjudicado. Mi vieja llegaba a la playa, miraba el mar, y se mareaba. Mi tia, a veces debía oficiar de niñera de mi hermano menor. Ella tenía 14 años, pero, obviamente, tenía su cuerpo desarrollado y parecía mas adulta, y mi hermano menos de 3. A eso, a veces se enojaba con mi hermano, lo reprendía, y el le decía, "Pero no, mami!", y en más de una ocasión, el bañero, o los vigilantes en la calle principal le decían "Señora, fijese más en su hijo!", lo cual, la enfurecía sobremanera. La uníca que disfrutaba era mi abuela, que se tiraba entre las olas, salía, se chupaba los dedos y decía "esta salada!".
En uno de los primeros paseos, desde el departamento y hacía la playa, y viceversa, uno de los familiares más especializados en chismes familiares que en otras cosas se cruza con una chica rubia, muy bonita, que parecía conocerla de alguna parte. Pero del barrió? Nono. Siendo esto un tema de debate en las cenas, ya que se parecía a alguien de la televisión, pero mirá vos que pueda vivir justo a la vuelta del departamento! Además, no cerraba que fuera ella, porque faltaba algo más...como que? Nadíe entendía. Recuerden que la tele era blanco y negro, y más que nada la veían los chicos. Y los chicos si sabíamos de quien se trataba. Solo que nadie nos daba pelota, mientras ellos explayaban sus teorías más delirantes. Días más tarde, explotó la sobremesa familiar. Alguien más tuvo otro encuentro cercano. Otra vez la misma chica, pero en este caso, al lado de otra igual. Nono! Son gemelas! Se parecen a unas que están en la televisión! Pero no...porque en la television no son dos! Entonces son chicas que se parecen, pero no son! El dilema que llevó varias sobremesas se dilucida la tarde que salimos por la calle principal, y que aparecieron tres chicas iguales, ni una ni dos...TRES! Entonces mi abuela, que ya era sorda, y veía de un solo ojo grita: "Son Las Trillizas de Oro!". Y jamás, juro que se volvió a hablar de ese tema.
En San Clemente había un solo cine. A metros de la costa. Y en los cines de las ciudades balnearias, o turísticas, no había muchos estrenos, generalmente pasan títulos ya pasados a veces de varios años atrás, pero justo para esa noche había un estreno, y nos atrevimos a ir...casi todos, menos mi abuela y el bisabuelo que se fueron a dormir temprano. Una película que recuerdo vagamente, una tal "Star Wars", creo que no tuvo ningún exito.
Después visitamos un lugar nuevo, recientemente inaugurado llamado "Mundo Marino", donde prometían muchos espectaculos con delfines, pero que en aquel momento la gente pagaba para sentarse en las gradas para esperar que los delfines llegaran algunos años más tarde. Recuerdo que luego de pagar entrada la gente cruzaba por un gran puente bastante delgado y debajo podía verse las cangrejeras. Momento donde mi vieja le agarró ataques de mareo y de vertigo, quedando pegada a la varanda, y despegada por mi papá, luego de que regresaramos para salir. Epocas donde las fobias existían, no había terapia, y que en reuniones de "clanes" eran vista como brutalidad del otro. Y desde luego, las bestias y brutos eran los que opinaban a mansalva. Como que la otra persona les arruinaba el paseo. Y no existía la empatía.
Y llega el momento donde toda la familia participó,y no eran las cenas, ni los almuerzos, ni la playa, ni las caminatas en la calle pincipal...sino una cuestión podríamos decir algo divertida, según desde donde se mire, ni más ni menos que el Circo de Firulete y Cañito, con la participación de Remolacha, el recordado payaso de "Patolandia", ciclo infantil de Rafael "Pato" Carret. En medio de un espectáculo cirquense donde, la gente se asombraba de ver un espectaculo de televisión, en un lugar muy chico (ya a esa altura en mi familia se habían curado de espanto con el "incidente" con las Trillizas de Oro, y se prendieron todos a ver el espectáculos...los siete! Porque el Payaso Firulete era de Haedo, y mi abuela vivía allá, eran algo asi como vecinos. Llega el "concurso de baile". Y yo recuerdo que levanté la mano antes que pidieran voluntarios. Para colmo de baile yo no sabía nada, pero conocía a todos los payasos de la tele, los veia siempre. Y me terminan eligiendo para bailar "la tarantela". Lo cual termino bailando, con otra niña participante, ni recuerdo su nombre, y si la he visto otra vez no me acuerdo, y ambos recibimos un premio. En realidad, todos los participantes ganaron algo. A ella le tocó una foto de Firulete (lo cual era una cosa importante, en aquel momento Firulete y Cañito eran verdaderas celebridades para el público infantil). Y a mi me tocó la naríz de payaso. Algo que luego me persiguiera por el resto de mi vida. Por suerte el clan dejó pasar eso, para ellos fue un orgullo que me subiera al mismo escenario con los payasos. Lo que fue comentarios por varias décadas fue lo mal que bailaba. Y lo peor que tenian razón!
Y si algo podía faltar, fue aquella noche donde todos nos legantamos sobresaltados, y salimos a las ventanas y los balcones a la calle. Que era una extraña procesión, toda la gente rezando el rosario con altoparlante, farolitos de todos los colores, y mi abuela a los gritos pidiendole al cura una estampita, colgada de la ventana, sin darse cuenta que estaba en un tercer piso. Cosas raras que sucedieron en esas vacaciones, por si no hubieran habido rarezas.
Al año siguiente volvimos a esta localidad balnearia, los mismos siete, al mismo departamento de la Avenida III, pero nada volvió a ser igual. No estaban las trillizas -que se las llevó Julio Iglesias-, ni los payasos, que estarían en otra localidad, ni el Robot Arturito de la Guerra de las Galaxias. Pero las experiencias vividas ese verano fueron inolvidables, e irrepetibles...POR SUERTE!
Espero que les haya gustado esta historia...